domingo, 23 de agosto de 2015

"CINE ESPAÑOL" CRITICAS DEL DÍA DE ESTRENO

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Paco Granados


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VARIETES (1971)


Día de estreno (5-10-1971) Día critica (8-10-1971)

El éxito de “EI último cuplé” no ha sido olvidado, pese a los años transcurridos por Sara Montiel, Aquel inesperado triunfo permitió comprobar una vez más el amplio campo comercia que se ofrecía a través de un cine popular, hábilmente prestigiado por los medios técnicos. Lo dicho anteriormente sirve sólo para indicar que entre El último cuplé y Varietés existe un paralelismo evidente. Pero, si aquella producción tuvo a su favor la originalidad de su peculiar enfoque la que se presenta ahora ha buscado, teniendo en cuenta las tendencias actuales de las preferencias del público, aprovechar una lección, que perecía olvidada. Varietés tiene, a nuestro parecer, asegurado un éxito multitudinario. Conviene aclarar, no obstante, que ambos experimentos cinematográficos sólo son posibles cuanto se cuenta con una actriz de la acusada personalidad, cálida voz, y atractivo físico de Sara Montiel. Sin ella como único protagonista auténtico el propósito no hubiera tenido resultado ya la primera vez que se ensayó, Con ella se justificará el favor popular que obtenga Varietés. La película ha sido escrita y dirigida por Juan Antonio Bardem que aquí pasa, acaso ya sin retroceso posible, el Rubicán del cine supercomercial para dejar atrás las inquietudes y a veces brillantes muestras de talento que nos dejo en Muerte de un ciclista, Cómicos y especialmente en Calle Mayor. Naturalmente, en el caso que nos ocupa, las dotes del otrora brillante director han quedado considerablemente condicionadas al propósito de satisfacer los gustos de multitudes con epidérmicas inquietudes. <Varietés» es una película que pretende evocar los ambientes del espectáculo escenificado en los años treinta. Un pequeño universo que ha sido cuidadosamente recortado para que de él emerjan con relieve especial el arte particularísimo de Sara Montiel como cantante de voz sensual; de atractivos realzados en color por una cámara muy hábilmente manejada con unos primeros planos de la actriz debidos al operador francés Chrisian Matras. El tandem Bardem-Sara Montiel ha desarrollado una historia de fuerte tensión sentimental, potenciada en algunos momentos por una nada desdeñable carga erótica y salpicada por el sinfin de canciones de la época, picantes unas y lacrimosas otras, aderezada varias por el maestro García Segura. El relato de una actriz de segunda fila que aspira a ser la estrella principal de su elenco está contado con amenidad aunque siempre a tono con las exigencias de trivialidad que se imponen para no fatigar al espectador amante de estas aventuras. Ello se consigue plenamente. La mayoría del público sale satisfecho aunque no faltan algunos que no logran conmoverse adecuadamente. Sara Montiel, realzada además por el prestigio que conserva el nombre de Bardem, obtiene un nuevo y rotundo éxito. Contribuyen eficazmente a la buena acogida que tiene el filme Vicente Parra, Trini Alonso, José M. Mompin y demás componentes del elenco. — J. PEDRET MUNTAÑOLA



TRISTANA (1970)

 

Día de estreno (29-3-1970) Día critica (1-4-1970)

«Tristana» está basada en la novela de Pérez Galdós, del mismo titulo. Como en toda la ciclópea obra del gran Don Benito, en esta novela encontramos retratada una sociedad que fue en su día una realidad viva. Sociedad de contrastes violentos, con luces y sombras, con vicios y virtudes, pero todos ellos en proporciones mucho más abultadas que en cualquier otro pueblo. Buñuel es, a nuestro juicio, uno de los pocos realizadores españoles capaces de entender el mundo galdosiano. Porque no es un mundo que nos invite a amarlo, sino a comprenderlo. En aquella sociedad con resabios feudales, latía ya, con hervor difícilmente contenido, una protesta tácita contra unas estructuras que venían perpetuando la injusticia. La mujer era como un objeto, como una esclava siempre obligada a obedecer, sin posible réplica, al varón. Se la tomaba o se la despreciaba. La reacción era lógica. Ya en bastantes almas femeninas, como en la de «Tristana», palpitaba un incoercible odio contra el «macho». Se sentía hacia él, simultáneamente, atracción y desprecio. «Tristana», la joven muchacha pueblerina, confiada a los cuidados de un tutor, es un ejemplo típico. Su historia tiene grandeza y fuerza. Pero, sobre todo, es de un elocuente sentido revelador y, en la medida de lo que era posible en aquel tiempo, revolucionario. Como lo es también la figura de «Don Lope», su tutor, personaje contradictorio, generoso hasta el despilfarro, que no ha trabajado nunca porque desdeña toda función que ahora llamaríamos «laboral», por alta que sea. Es también liberal, volteriano, protestatario contra todo... Pero lo es a su modo. Desprecia a los obreros precisamente porque trabajan y se dejan explotar por los burgueses. Pero «Don Lope» es un burgués típico. Vive estrechamente de sus rentas, vende cuanto queda de valor en su hogar y espera que se muera su hermana, mujer de gran fortuna, para heredarla y continuar su vida. Una vida de ocio, de libertinaje oscuro y sórdido y de liberalismo sin sentido. El genio y la destreza con que Buñuel ha recogido la atmósfera galdosíana de «Tristana» es pura maravilla. Ambientes, personajes, lenguaje, modo de vivir, todo ha sido reproducido con una fidelidad espléndida. Asombra también cómo Buñuel ha impregnado el film de un indefinible encanto gráfico, en preciso y claro, tan definidor, que nos parece estar viviendo en aquel tiempo que sólo dista de nosotros unos cuantos decenios, pero que, socialmente, es casi la prehistoria. La gracia de la imagen, siempre en función de «algo», ayuda al espectador a compartir toda la fuerza evocadora que palpita en la cinta. La interpretación es también un continuado acierto. Fernando Rey, en la contradictoria y apasionante figura de «Don Lope», alcanza cimas de expresión sorprendente. Su personaje es galdosiano y buñueliano desde los pies a la cabeza. Un auténtico prodigio de soltura, de naturalidad, de intuición. Catherine Deneuve, generalmente inexpresiva, está en esta cinta, bajo la fuerte impulsión de Buñuel, totalmente cambiada. Tal vez no da del todo la figura de la «Tristana» ibérica, pero lleva a término una labor artística que se aproxima a lo perfecto. El resto de intérpretes está, asimismo, muy bien. Toledo ha prestado el encanto, de sus calles empedradas, recoletas y retorcidas, de sus plazuelas típicas y de sus nobles y arcaicos inmuebles, para dar el adecuado ambiente a la película. — A. MARTÍNEZ TOMAS.



POR UN PUÑADO DE DOLARES (1965)

Día de estreno (25-11-1965) Día critica (27-11-1965)

«Todas las marcas de violencia han sido superadas». El «slogan» publicitario en esta ocasión no ha exagerado nada. Si a usted, amado lector, le gustan los films en los que se prodigan los asesinatos, los saqueos, los gestos de arrogancia, el matonismo, etc., no deje de ver esta película. Su repertorio de violencias satisfará todos sus gustos. En el pequeño pueblo mejicano, próximo a Río Bravo, en que transcurre la acción del film, no se puede ser más que millonario o cadáver. La alternativa es concluyente. Pero como el destino suele complicar las cosas con hiriente ironía, en esta historia, sólo se consigue llegar a cadáver. Los únicos supervivientes del pueblo después de las sangrienta serie de peripecias a las que se nos hace asistir, es el viejo dueño del destartalado bar y el sepulturero. El otro personaje que sobrevive a la matanza, lo abandona una vez consumado el exterminio. «Por un puñado de dólares» es una coproducción hispano-italo-germana. Como realización cinematográfica es bastante discreta. Hay que reconocer que el ambiente del «salvaje Oeste» ha sido reconstituido con el mismo vigor dramático con que pudieran haberlo hecho en Hollywood. También las asperezas de los escenarios naturales, su grandeza desnuda, la crueldad de la vida westerniana y el tipismo de los personajes, nada tiene que envidiar a los que nos vienen de Norteamérica. En este aspecto hay que reconocer que la película, aunque rodada en estudios y parajes europeos es un film del Oeste con toda la barba. La figura central de la historia es un norteamericano, hijo también del agitado «Far West», que cruzando la frontera, llega a un fronterizo pueblo mejicano que vive del contrabando, del pillaje y del crimen. La acción está situada, naturalmente, hacia el año 1860, período en el que estas cosas eran harto corrientes. El forastero no es tampoco, un ángel. Su propósito es estafar y burlar a los bandos rivales que se disputan el dominio del pueblo. Sólo que el pistolero ultrafronterizo tiene también su corazón, y a la vista de algunas de las tremendas fechorías que cometen las bandas enemigas —el dan de los Hermanos Rojo y el clan de los Baster— siente germinar en su espíritu un ansia justiciera que viene a convertirlo en una especie de Don Quijote del Oeste. Sólo que en lugar de la adarga y la lanza lo que esgrime es un «Colt». Su propósito desde que descubre aquel cúmulo de abominables injusticias, es el de enderezar entuertos y reparar agravios, y para llevar a cabo su tarea justiciera cuenta, sobre todo, con lo certero de su puntería. Puesto a clasificar esta película, podríamos decir de ella que es un «western social», en el que los «malos» son implacablemente suprimidos para que su exterminio sirva de, lección. Pero los procedimientos vindicativos no son, ciertamente, de los que están inscritos en ningún Código. Todo en la película es muy elemental desde el punto de vista de lo psicológico. En cambio, técnicamente se ha logrado un film muy aceptable. El principal protagonista, Clint Eastwood, es un actor que está muy en carácter. Desde luego, anima con vigor la figura de ese pistolero que se revela contra la barbarie y que viene a ser como un implacable instrumento de la inmanente justicia del destino. Marianne Kock tiene un papel breve pero lo anima con una gran fuerza dramática. Los numerosos tipos de forajidos que desfilan por el film tienen también una fuerza expresiva muy convincente. — A. MARTÍNEZ TOMAS
 


PLACIDO (1961)

Día de estreno (20-10-1961) Día critica (21-10-1961)
Después de un descanso de varios años, Luis G. Berlanga ha reanudado su actividad artística ofreciéndonos a «Plácido», un film cuyo anuncio ha bastado para suscitar en su torno gran expectación. El inquieto y fermentativo realizador de «Bienvenido, Mr. Marshall» es un hombre que casi siempre tiene algo que decir a quien le gusta decirlo empleando medios originalmente expresivos. En «Plácido». Berlanga ha abordado un tema viejo, pero siempre actual. El del ejercicio de la caridad cristiana y las limitaciones que impone a este espontáneo impulso, incluso en los momentos de mayor efusión, el egoísmo humano. Berlanga desarrolla el tema mediante una planificación que incluye dos anécdotas que se entrecruzan, y muchos personajes. Un pequeño mundo, que podría ser un ejemplario si tuviese más matices. Pero estos personajes no son todo lo diferentes que exigiría una auténtica gama. Por el contrario, resultan demasiado semejantes y hace un montón de cosas parecidas, que imprimen al film un aire reiterado, con una sinfonía ejecutada siempre con las mismas cuerdas. Es, en nuestro sentir, su punto débil. Porque no basta que todos aspiren a un propósito igual —hacer la caridad, aunque a su modo— para que tengan un fondo psicológico tan uniforme. Las anécdotas del film son dos felices hallazgos arguméntales, aunque de variada condición y calidad. La del hombre que se encuentra acuciado por la necesidad de pagar una letra protestada el día de Nochebuena es menos importante, sin duda, que la fiesta de caridad que se organiza en esa pequeña capital de provincia para celebrar la venturosa Natividad del Señor. «Siente a su mesa un pobre», reza el «slogan» de la campaña caritativa. Pero el propósito se revela en la práctica, menos cómodo y hacedero que habían imaginado quienes lo propugnaban. Uno de los indigentes «convidados» se emborracha. Otro tiene la mala ocurrencia de morirse. Sin duda, la emoción, el ajetreo o tal vez el frío que se vio obligado a soportar, en plena calle, con un tiempo cruel, mientras se hacían los preparativos de la fiesta, lo llevaron al otro mundo. Los pobres estorban: la caridad, aun ejercida con el más noble afán, termina por hacerse molesta y engorrosa. García Berlanga nos hace llegar a esta amarga conclusión, tras irnos mostrando las incidencias patéticas, los lances burlescos y la mezcla entre alegre y angustiada que da tono a aquella noche de Navidad, entro unas familias burguesas que soñaron con la mejor voluntad hacer el bien y que se encuentran luego embarazadas por una iniciativa que termina por parecerles descabellada o tonta. En toda la obra de Berlanga alienta un propósito de flagelar los vicios de la organización social al uso. Berlanga no es propiamente un revolucionario, sino más bien un nihilista, un inconformista que se presenta en desacuerdo con la sociedad en torno, pero sin aspirar a ofrecernos solución a sus males. En «Plácido» esta sutil segregación de inconformismo que caracteriza su labor se hace más patente. Las conclusiones a que nos lleva su relato son desalentadoras Berlanga ha acumulado excesivas incidencias en la hora y media que dura su película, como si tuviese el temor de no haber justificado bastante su tesis o mensaje. Los veinticinco o treinta personajes que se mueven en la cinta lo hacen con un dinamismo vertiginoso, que obliga al realizador a dar al relato un ritmo atropellado y sincopado. Pero no obstante estos lunares, la realización de Berlanga nos parece mejor que el argumento y que la tesis, a nuestro juicio más convencionales. Casto Sendra «Cassen» ha encarnado la figura de «Plácido», que da titulo al film, aun cuando no es más vigorosa ni brillante que la de «Quintanilla». que tal vez tiene más densidad humana y más acento original. José Luis López Váz, que encarna maravillosamente esta figura. Es la suya, «Cassen» también está muy bien. En el nutrido reparto artístico intervienen Elvira Quintilla, Amelia de la Torre, José María Cafaren, José Orjas y Laura Granados, entre otros. A. MARTÍNEZ TOMAS.



La muerte tenía un precio (1966)

 

Día de estreno (10-10-66) Día critica (12-10-1966)

Un gran film, un excelente film, realizado en España casi totalmente y que puede ser comparado, en su género, a los mejores realizados por Hollywood. «La muerte tenía un precio» es, sencillamente, un «western». Pero un «western» concebido con una grandeza dramática impresionante, una precisión de detalles que sorprende y una ambientación que responde a la sobrecogedora fuerza emocional de su argumento. No es la primera vez que los desnudos y ásperos panoramas de la provincia de Almería nos maravillan por su sensacional fotogenia. El argumento es también de una curiosa singularidad. El guionista ha encontrado un tema realmente nuevo. Los principales personajes de la historia son dos «cazadores de recompensas». Matan para limpiar al Oeste de las alimañas humanas, más peligrosas que las fieras. Allí donde se anuncia una fuerte prima por la captura o la «eliminación» de un forajido, allá están ellos. La época en que la acción transcurre —algunos años después de la guerra de Secesión— el Oeste estaba infestado de asesinos y no imperaba más ley que la violencia. Había que imponer la paz con las pistolas. Consecuencia de esta situación era que en la lucha sin cuartel contra los bandidos había que emplear sistemas sangrientos y crueles, al nivel de las brutalidades que había que eliminar o corregir. Era casi una bárbara ley del talión, pero impuesta por el imperativo de una tremenda y dolorosa realidad. Los dos principales actores de la historia son personajes de una singular psicología. Tampoco ellos reparan mucho en la licitud de los medios que emplean y, en ocasiones, son tan salvajes como aquellos a quienes persiguen. El film ha sido dirigido por Sergio Leone, cineasta italiano que ya ha realizado con notable éxito, varias incursiones en el género «Oeste», entre las cuales aquel notable film, «Por un puñado de dólares», de tan recio impacto sobre todos los públicos. En lo posible, ha procurado realizar esta película sin excesivas concesiones al tópico, pero también sin buscarle a la problemática «westerniana» un desemboque nuevo. No cabe duda de que ha impreso una cierta singularidad al contorno de algunos personajes, especialmente al del «coronel Mortimer», el más importante de los dos «cazadores de recompensas», y el único que actúa no sólo por dinero sino por un explicable afán vindicativo. Este personaje es el que tiene mayores riesgos de originalidad. La planificación de «La muerte tenía un preció» ha sido realizada de mano maestra. Una vez más Sergio Leone ha demostrado que tiene un vigoroso sentido de la belleza plástica y de la emoción dramática Sin embargo, a nuestro juicio, harto falible, la película peca en varias ocasiones por exceso. En la terrible catarata de brutalidades a la que asistimos, hay algunas terribles violencias que nos parecen gratuitas. Confesamos que nuestra sensibilidad termina por sentirse un tanto en estado de desazón. Pero las cosas tal vez eran así en el Oeste que Sergio Leone nos presenta y que responde con absoluta fidelidad al que se nos ha hecho casi familiar a . fuerza de ver películas producidas por Hollywood. La afirmación de un querido colega de que esta película el mejor «western» producido hasta ahora en Europa y uno de los mejores de todos los tiempos, nos parece exacta por lo que se refiere a la primera parte y no exagera mucho en lo relativo a la segunda. Realmente es una película que tiene grandeza y que ha sido realizada con una vigorosa fuerza de expresión. Salvo dos pequeñas escenas rodadas en Roma, toda la película ha sido filmada en el sudeste español, especialmente en los ya aludidos panoramas de la provincia de Almería. Esta aportación del paisaje, la de una parte del capital, y la totalidad de los «extras» y la magnifica fotografía de Alfredo Fraile constituyen. la aportación española a esta coproducción en la que han intervenido también italianos y alemanes. Sin embargo las dos principales figuras del reparto, Lee Van Cleef y Clint Eastwood, creemos que son norteamericanos. — A. MARTINEZ TOMAS