Día
de estreno (29-10-1976) Día critica (31-10-1976)
Una
película sobre corrupciones y aún sobre la justificación de estas
corrupciones. Con el dedo puesto en el trasfondo que permite el
aparato corruptor. La explotación del cuerpo no es un comienzo ni un
punto de partida sino el resultado de un panorama que se deja atrás.
En el caso de La Corea, que es una especie de emperatriz del barrio
bajo, la explotación de los demás llega después de que se hubieran
aprovechado largamente de su propio cuerpo y entrada en años, en
lugar de comenzar un negocio honrado, suministre el comercial carnal
con jóvenes de ambos sexos. Y algo así, puede decirse del personaje
que interprete Cristina Galbó. O de Tony y Paco, los jóvenes que
encarnan Angel Pardo y Gonzalo Castro. Pero para que se desarrolle el
drama, falta un malo de verdad. Y ahí está el Sebas, para lo que
Pedro Olea quiera mandar. Para poner broche a un relato que quiere
narrarnos el Madrid prohibido, y se queda en bastante menos. Porque
no es Madrid, lo que se nos explica, sino la historia de una señora
madura, que sigue teniendo caprichos amorosos con los jóvenes sobre
todo con el personaje que atiende Angel Pardo, una especie de
querubín moreno. Un muchacho que no sabe que va a hacer en la ciudad
donde lo recibe un amigo que ha triunfado. Pero que lo que ha de
hacer lo desempeña con bastante soltura y sin sorpresas como si ya
se le hubiera entrenado largo tiempo pare ello Lo importante, es el
acercamiento al personaje, a La Corea, magníficamente servida por
Queta Clavar y el resto —a pesar de que los actores cumplen bien su
cometido— se queda en el esfuerzo de un director que sabe llevar el
ritmó, y adecua la cámara, pero no logra dar intensidad a una
historia que se presenta sin la suficiente profundidad temática.
Añoramos, todavía, el excepcional impulso; el medido acento y la
autenticidad de Pedro Olea en El bosque del lobo. ¿Es esto lo qué
justifica nuestra decepción? — Ángeles MASÓ
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