Día
de estreno (8-2-1963) Día critica (10-2-1963)
Dieciocho
personas integran esta «gran familia» que da el nombre a, la
película. Su vida diaria, pulsada a través de circunstancias y
acontecimientos diversos, es narrada con una ágil conjunción de
aciertos cinematográficos entre los que prevalecen el interés y la
variedad expuestos con llaneza, exenta de complicaciones
psicológicas. Se trata en suma de una película optimista, amable,
en la qué el humor y el ingenio se manifiestan de continuo con esta
facilidad tan difícil que caracteriza un relato de calidad. En la
cinta no se abrigan propósitos trascendentes. Afortunadamente esta
tentación ha sido orillada con decisión por los guionistas Rafael
L. Salvia, Pedro Masó y Antonio Vich. Se ha buscado relatar las
peripecias de una familia supernumerosa pero sin cargar las tintas en
lo dramático ni tampoco en lo caricaturesco. Toda la narración
respira un ambiente de fresca espontaneidad en el, que la nota
sentimental se deduce siempre de la elocuencia de la imagen y
raramente del diálogo, que discurre alegre, muy medido,
conscientemente constreñido a una inteligente función secundaria o
dé complemento. Ello no priva para que, a su debido tiempo, pues la
historia no busca la sorpresa, ocurra el drama pero éste será
inteligentemente encauzado. Constituirá un breve paréntesis que a
la postre reafirmará la tesis, si es qué la hay, optimista y alegre
de la cinta. Fernando Palacios ha tenido a su disposición un,
excelente material para el rodaje. El guión, tan delicadamente
matizado, le ofrecía una oportunidad de lucimiento que él ha sabido
aprovechar plenamente. Bajo su dirección, la película mantiene, sin
aparente esfuerzo, un interés creciente; conmueve y atrae al
espectador más remiso que, si bien se da cuenta de que nada
trascendental se dirime en la pantalla, no puede sustraerse a la
delicia de esta bocanada de aire fresco que es la producción desde
el principio al fin. La cámara de Juan Mariné, se muestra diestra
en captar situaciones dotadas de singular atractivo y lo hace con un
perfecto dominio de recursos técnicos pero sin efectivos. El
operador sigue, plenamente identificado con el espíritu de «La gran
familia», un estilo natural cuyos valores se notan también en un
montaje en que la síntesis no alejan nunca lo esquemático, pero
huye igualmente de toda idea de premiosidad. Un trasfondo de suave
ironía, sin mordiente, resta a la producción este ambiente de
ternura acaramelada tan frecuenta en los films blancos como el que
nos ocupa. También contribuye a estos resultados una ligera
tendencia a caricaturizar a los personajes pero sin que llegue nunca
a restarles este leve soplo de humanidad que los anima. La música,
de Adolfo Waitzman, sigue con plena identificación esta línea
ambiental. La interpretación es óptima. Alberto Glosas en la plena
madurez de sus facultades desempeña su papel con naturalidad rica en
matices siempre adecuados a las situaciones. Amparo Soler Leal se
manifiesta una vez más como la actriz dotada de finísima
sensibilidad que todos admiramos. José Isbert, completa con mucha
gracia un cuadro «familiar», inefable. José Luis López Vázquez
es el actor dotado de una feliz comicidad de buena ley que aquí se
nos semeja aún más afortunada que en otras ocasiones, porque su
papel está trazado con mayor acierto. Destaquemos finalmente la
convincente participación de todos los demás intérpretes,
incluyendo los niños pletórica de aciertos que constituye una de
las tareas más admirables del director. — J. PEDRET MUNTAÑOLA.
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