Día
de estreno (30-3-1955) Día critica (31-3-1955)
El
cinema es, en su raíz, literatura, y cuando una pluma tersa e
inspirada se pone a su servicio, el cinema tiene cumplido gran parte
de su quehacer. «Marcelino pan y vino» es, en substancia,
literatura, la honda, limpia y clara literatura del relato de José
María Sánchez Silva, y para que el cinema pudiese reflejarla en sus
imágenes, tantas veces bastardeadas por los malos mercaderes, hacía
falta una sola cosa, una difícil cosa: sensibilidad. Y ha habido
sensibilidad, porque ha sido el propio Sánchez Silva quien se ha
ocupado de la adaptación, junto a ese fino, inteligente director que
es Ladislao Vadja, a quien nuestro cine debe la norma de una
invariable ponderación. Y gracias a tal sensibilidad ha sido posible
que los mil trémulos encantos del libro, la infinita y delicada
gracia de sus páginas, se transfiguraran, recreándose a si mismos,
en una película armoniosa, sencilla, exacta, medida con la infalible
regla del corazón. Los adaptadores han logrado, así una obra de
perfectas proporciones, de un ritmo cinematográfico y de una
dignidad formal espléndida, logros a los que han aportado su mérito
y su esfuerzo unos intérpretes excepcionales, como son Rafael
Rivelles, Antonio Vico, Juan Calvo, Adriano Domínguez, Juan J.,
Menéndez. Mariano Atafia y Joaquín Roa, por no referirnos más que
a los monjes franciscanos del humilde convento campesino ante cuya
puerta aparece un buen día el niño abandonado que todos adoptarán
y cuidaran con entrañables desvelos y amor, en unión que pondrá en
la severidad de la vida conventual la jubilosa luz de sus travesuras,
el niño que llevará al Cristo Crucificado, el pan y el vino de su
compasión para los que se ha de obrar el maravilloso prodigio, el
niño que en la película interpreta al pequeñuelo Pablito Calvo,
tan auténtico, tan real, tan natural, lleno su rostro de pura
simpatía, iluminados sus ojos con una mirada, entre bulliciosa y
melancólica, que parece contener toda la infinita dulzura del
mensaje, que Sánchez Silva puso en su cuento. Este Pablito Calvo es
la figura sustancial de «Marcelino pan y vino» y si el futuro no le
brindara más ocasiones que la presente para renovar su éxito,
bastaría el recuerdo de su labor en la película para situar su
nombre en las antologías de las mejores creaciones cinematográficas
infantiles. Su menuda figurilla despliega en la pantalla una vasta,
tornasolada gama de emociones y de cordialidades, reflejadas en su
misma y en los buenos frailes, estremecidos de tibia y simple
humanidad, esa humanidad delicada, honda, conmovedora que proporciona
a la película su calidad más penetrante y efectiva, aquella más
directamente sentida por el público, el cual sabrá apreciar las
plurales calidades de la cinta. Sería farragoso citar uno por uno
los nombres de cuantos, artistas y técnicos, han intervenido en la
realización de «Marcelino pan y vino», a quienes englobamos en un
merecido y sincero elogio colectivo, pero quisiéramos señalar la
ejemplar categoría de los diálogos, la magnífica fotografía de
Guerner y la música de Pablo Sorozábal, que debieran tener
presente, por su sencillez, por su oportunidad por su contenida y
profunda expresividad buena parte de cuantos se dedican a componer
para el cine. Argumento, dirección interpretación, fotografía y
música constituyen, así, los valores esenciales de «Marcelino, pan
y vino», donde lágrimas y sonrisas se mezclan en la tierna poesía
de sus imágenes.---H. SAENZ GUERRERO.
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