domingo, 23 de agosto de 2015

Marcelino pan y vino (1955)


Día de estreno (30-3-1955) Día critica (31-3-1955)

El cinema es, en su raíz, literatura, y cuando una pluma tersa e inspirada se pone a su servicio, el cinema tiene cumplido gran parte de su quehacer. «Marcelino pan y vino» es, en substancia, literatura, la honda, limpia y clara literatura del relato de José María Sánchez Silva, y para que el cinema pudiese reflejarla en sus imágenes, tantas veces bastardeadas por los malos mercaderes, hacía falta una sola cosa, una difícil cosa: sensibilidad. Y ha habido sensibilidad, porque ha sido el propio Sánchez Silva quien se ha ocupado de la adaptación, junto a ese fino, inteligente director que es Ladislao Vadja, a quien nuestro cine debe la norma de una invariable ponderación. Y gracias a tal sensibilidad ha sido posible que los mil trémulos encantos del libro, la infinita y delicada gracia de sus páginas, se transfiguraran, recreándose a si mismos, en una película armoniosa, sencilla, exacta, medida con la infalible regla del corazón. Los adaptadores han logrado, así una obra de perfectas proporciones, de un ritmo cinematográfico y de una dignidad formal espléndida, logros a los que han aportado su mérito y su esfuerzo unos intérpretes excepcionales, como son Rafael Rivelles, Antonio Vico, Juan Calvo, Adriano Domínguez, Juan J., Menéndez. Mariano Atafia y Joaquín Roa, por no referirnos más que a los monjes franciscanos del humilde convento campesino ante cuya puerta aparece un buen día el niño abandonado que todos adoptarán y cuidaran con entrañables desvelos y amor, en unión que pondrá en la severidad de la vida conventual la jubilosa luz de sus travesuras, el niño que llevará al Cristo Crucificado, el pan y el vino de su compasión para los que se ha de obrar el maravilloso prodigio, el niño que en la película interpreta al pequeñuelo Pablito Calvo, tan auténtico, tan real, tan natural, lleno su rostro de pura simpatía, iluminados sus ojos con una mirada, entre bulliciosa y melancólica, que parece contener toda la infinita dulzura del mensaje, que Sánchez Silva puso en su cuento. Este Pablito Calvo es la figura sustancial de «Marcelino pan y vino» y si el futuro no le brindara más ocasiones que la presente para renovar su éxito, bastaría el recuerdo de su labor en la película para situar su nombre en las antologías de las mejores creaciones cinematográficas infantiles. Su menuda figurilla despliega en la pantalla una vasta, tornasolada gama de emociones y de cordialidades, reflejadas en su misma y en los buenos frailes, estremecidos de tibia y simple humanidad, esa humanidad delicada, honda, conmovedora que proporciona a la película su calidad más penetrante y efectiva, aquella más directamente sentida por el público, el cual sabrá apreciar las plurales calidades de la cinta. Sería farragoso citar uno por uno los nombres de cuantos, artistas y técnicos, han intervenido en la realización de «Marcelino pan y vino», a quienes englobamos en un merecido y sincero elogio colectivo, pero quisiéramos señalar la ejemplar categoría de los diálogos, la magnífica fotografía de Guerner y la música de Pablo Sorozábal, que debieran tener presente, por su sencillez, por su oportunidad por su contenida y profunda expresividad buena parte de cuantos se dedican a componer para el cine. Argumento, dirección interpretación, fotografía y música constituyen, así, los valores esenciales de «Marcelino, pan y vino», donde lágrimas y sonrisas se mezclan en la tierna poesía de sus imágenes.---H. SAENZ GUERRERO.



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