Día
de estreno (9-12-1959) Día critica (11-12-1959)
En
América, el día de San Valentín se considera la jornada de los
enamorados. En España ignorábamos hasta hace unos años este
patrocinio del santo, pero ahora va abriéndose camino también entré
nosotros. Esta película, en la que San Valentín baja del cielo para
jugar en la pantalla un papel importante, está llamada a desbancar a
San Antonio en beneficio del primero. El film pertenece a ese género
en el que con un leve pretexto se da unidad y coherencia a varios
episodios que en realidad podían haber sido filmados separadamente.
Se trata de cuatro idilios, sostenidos por otras tantas parejas de
novios madrileños, sobre los que San Valentín ejerce su celeste y
generoso patronazgo. Más que ingenio, la trama es una fina
intención, y los episodios más divertidos son bulliciosos y
especiales, a cuyo efecto ha sido empleados con notable acierto el
Eastmancolor, se han utilizado los más brillantes escenarios
naturales del casco urbano de Madrid y de sus más amenos y
brillantes parques y jardines. Como se trata de cuatro idilios, el
argumento abunda en incidencias que han sido entrelazadas entre sí
con evidente maña. La intervención de San Valentín, corporeizado
por un apuesto caballero que recorre las calles prodigando saludos
corteses y regalando ramos de flores, constituye una curiosa y
delicada originalidad que da a la película calidad indudable. La
cinta nos parecía irreprochable, e incluso la encontraríamos la mar
de divertida, sin ese empeño excesivo del dialoguísta de
convertirla en una especie de sainete barriobajero. El director de la
película, Fernando Palacios, ha estado, a nuestro juicio, por encima
del argumentista y de guionistas. En lo que de él ha dependido, ha
conseguido hacer una película honesta y brillante, de destacados
valores plásticos y de un ritmo todo lo vivaz, bullicioso y ligero
que exigía un argumento de tantos personajes. En la interpretación
de la película se distingue un plantel de muchachas bonitas, todas
bastante atinadas en su labor de actrices, y rebosantes de juventud y
de gracia. Se destacan especialmente la seductora Conchita Velasco
—que sin embargo nos gusta menos en el cine que en el teatro—, la
arrogante Katia Loritz, le bonita y juncal María Mahor y la delicada
y sensible Mabel Carr. Entre los actores hay de todo. Nos satisfizo
especialmente Jorge Rigaud, en la encarnación de San Valentín, el
cual se comporta con una finura y un buen tono de la mejor ley, y
estuvieron a la altura de las circunstancias Tony Leblanc, Antonio
Casal, Manuel Monroy y Ángel Aranda. — A. M. T.
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