Día
de estreno (17-9-1979) Día critica (20-9-1979)
Saura
da un giro y abandona el círculo del hermetismo donde se había
encerrado en sus últimas películas. Emplea incluso el humor para
describir la evolución de una familia que ya nos había presentado
en Ana y los lobos. Una docena de películas le acreditan como el
realizador más importante de nuestro cine. Después de una cinta
que suponía una culminación y en cierto sentido, un muro para el
poder creativo del director, Los ojos vendados, Saura enlaza
directamente con un cuadro de costumbres oreado en 1973. Los
personajes de Ana y los lobos, excepto José —que interpretaba
José María Prada— han evolucionado con el tiempo. Presentan una
nueva faz. Se introduce en el filme otro elemento innovador: las
niñas de ayer sor mujercitas capaces de vivir para el placer y el
egoísmo. El erotismo juvenil y el humor se añaden a las constantes
del anterior filme de Saura: premonición, tremendismo, contraste
entre la ambición de los mayores y la inocencia infantil, juegos de
símbolos. En siete años, la madre de familia, la autoridad hecha
humanidad ha llegado a cien. Es de nuevo Rafaela Aparicio,
convertida aquí en un personaje síntesis de una época, de unos
sentimientos familiares alrededor de los cuales giran el resto de
los personajes que repiten posturas, obsesiones, manías. Si la
época pasada obligó a Saura e recurrir al símbolo, hoy la mezcla
simbolo-realidad ya no parece necesaria. Saura la sigue cultivando,
en Mama cumple cien años, a pesar de que el recorrido fílmico se
realiza de un modo más directo que en Ana y los lobos, y también
menos esquemático. El personaje simbólico es lo que menos me
interesa en asta película. Lo que me ha parecido más interesante
es el deseo de captar una evolución y si bien la crítica en torno
a la familia está llena dé lugares comunes, aprecio el logro en la
descripción de dos realidades enfrentadas, el interior del hogar y
el exterior con el personaje de Ana (Geraldine) como hilo conductor.
Una Geraldine que gana puntos si la comparamos al personaje vivido
en Ana y los lobos. Más tierna, más humana, menos fría, más
natural. Pero el relato tiene un eje: y es la figura de Rafaela
Aparicio, la madre, la gran clueca capaz de servir de regazo a la
familia entera, perspicaz resignada a su invalidez, con el recuerdo
constante del hijo muerto. José (José M. Prada) tiene incluso un
puesto en la mesa, con cubierto y retrato. Vemos, como nueva
intérprete en Saura a Amparo Muñoz y a Norman Brisky en el papel
del esposo de Ana. La vedette es la Aparicio; Rafaela lleva a cabo
un importante trabajo. Es una gran profesional y esto se refleja en
su destacada participación dentro del reparto de Mamá cumple cien
años. Alrededor del cumpleaños de la madre, una serie de egoísmos
se reúnen. Los personajes que llegan del exterior son los más
puros. El resto ya lo hemos visto, el visionario, el mujeriego, la
frígida, las niñas eróticas. Los restos del pasado con pincelada
de humor y el deseo por parte de Saura, de abrir brecha con un
esteticismo de categoría, un gran cuidado de la imagen en inherente
buen gusto. Es decir, un filme correcto. En San Sebastián, incluso
antes de que se proyectarse, cantaban premios para la nueva obra de
Carlos Saura. — Angeles MASÓ.
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