LA VANGUARDIA (5-11-1960)
Cuando hace unos dos meses fue presentado «El cochecito» en la Sección informativa del Festival Cinematográfico de Venecia, alcanzó un franco éxito. El público, bastante numeroso, que insistía a la proyección rió de buena gana en muchas de sus fases y, al fmal, se oyeron numerosos aplausos. Luego parece que este éxito se ha reproducido en otras poblaciones extranjeras, siempre en ocasión de festivales. Pero, como dijo Federico Gallo en el «Windsor» anteanoche, la palabra final en el fallo inapelable, corresponde al público español. Y este fallo podría no ser tan favorable a «El cochecito», film que tiene evidentemente unos ciertos valores, pero muy espaciados, a lo largo de una acción no siempre afortunada. A propósito de este film de Marco Ferreri, que ya nos dio, con Isidoro M. Ferri, la discutida realización de «El pisito», se ha hablado de ese «humor negro» que cultivan algunos artistas y escritores, especialmente extranjeros. Sera pretendido también descubrir un entronque entre el film de Ferreri y la ironía punzante de Quevedo, la cadavérica y amarga pintura de Solana y el desgarrado, pero majestuoso descaro de Valle Inclán. Todo exageraciones, admisibles en críticos extranjeros que hablan de nuestras cosas un poco de oídas, pero inaceptables para un español. «El cochecito» es un simple rebrote, tal vez algo tradío, del neorrealismo italiano, rebrote que incurre en un lúgubre, casi macabro sentido del humor, y que aspira, como los maestros neorrealistas italianos —tales como De Sica, Zavattini, Zampa y Rossellini— a tener una cierta transcendencia social. El argumento, obra del español Rafael Azcona, ha servido, no sabemos si intencionadamente o no esta tendencia destinada a encontrar acogida entusiástica en Ferreri, discípulo de los realizados italianos, compatriotas suyos, citados arriba. En las dos cintas realizadas por Ferreri en España, las pobres gentes, el pueblo menudo y poco favorecido por la suerte, asumen en la pelicula función preponderante. No se concebiría que el pobre «Don Anselmo» hiciese sus locuras sino en medio de ese paisaje humano. En ambos films se acusan también con igual delectación el gusto por lo fúnebre. En «El pisito» el film acaba con una excursión al cementerio, excursión que adquiere un jubiloso aire de jornada de «camping». En «El cochecito» el cementerio juega también un gran papel y el humor fúnebre anima las secuencias iniciales. Ferreri y Azcona, realizador y argumentista, abordan en el film varios problemas de destacado interés humano y social, pero sin decidirse a tratarlos demasiado a fondo, tales como la soledad de los viejos, convertidos en trastos inútiles, la angustia en que viven ciertos seres inválidos, la monomanía senil y la falta de comprensión filial para los padres demasiado ancianos. Y ocurre así, que al tratar «pele-méle» todos estos problemas psicosociales, la cuestión capital, que es la monomanía del viejo don Anselmo, que delira por poseer un cochecito de inválido, a fin do poder correr como otros amigos suyos, que lo son, resulta un poco convincente. Pero, en el cine, el problema no radica sólo en la realidad o convencionalidad del argumento. Marco Ferreri ha entendido que basta apuntar los. problemas para que entre todos den vida a una acción emotiva, divertida e intencionada, que sigue en unos momentos con placer y en otros con sonriente y curiosa expectación. La intervención del veterano Pepe Isbert en este film ha sido el mejor auxilio para las buenas intenciones de Marco Ferreri. Es casi seguro también —al menos me pareció advertirlo así en Venecia— que lo que ha suscitado en el público de los festivales mayor admiración y simpatía ha sido la labor de este viejo, menudo y vivaz comediante, que realiza en «El cochecito» una creación tan sorprendente como maravillosa. El «descubrimiento» de Pepe Isbert, poco conocido por el público europeo, fue, sin duda, el mejor empujón dado a «El cochecito» en pos del éxito. En España esta interpretación espléndida no dejará de ser estimada en lo que sirve y vale. Isbert realiza, en efecto, una creación de las que quedarán en la historia del cine y aunque sólo fuese por eso, merece ser vista. Un excelente grupo de comediantes, todos españoles, participan con notoria eficiencia en la película. En primer término hay que señalar la naturalidad y sencillez con que se produce Pedro Porcel, la acreditada vis cómica de José Luis López Vázquez y el buen arte dé María Luisa Ponte. — A. MARTÍNEZ TOMÁS
Thanks for your comment, Paco Granados
ResponderEliminar