domingo, 23 de agosto de 2015

Canciones para después de una guerra (1976)

Día de estreno (17-9-1976) Día critica (18-9-1976)

Canciones para después de una guerra, ha estado cinco años prohibido. Inicialmente autorizado para todos los públicos, y declarado de interés especial —un estímulo pare el productor y un aliciente para el exhibidor— su porvenir era altamente risueño, respaldado por la muy favorable opinión da algunas de las más altas instancias políticas del país. Empero surgió un escollo imprevisto e insalvable: el almirante Carrero Blanco lo prohibió. Fue necesario que se sucedieran tres presidentes de gobierno y seis ministros de Información y Turismo para que el documenta obtuviera la luz verde. ¿Cuáles fueron las causas de su prohibición y posterior hibernación? Sinceramente las ignoramos. El documental no contiene una sola imagen, ni una sola palabra objetables. Cuanto en él se ve y se dice, se vio y se dijo oficialmente en España de los años 1939 a 1955. Sin embargo, cabe una hipótesis: que cuanto era válido, propagandístico o encomiable en ese período, no lo fuese tanto —por inperativos de política pragmática— quince años después. Esta posible sutileza merma algo el impacto del documental, ya que media lo suyo entre visionario hoy, o cinco años atrás. Basilio M. Patino tardó un año en montar. Canciones para después de una guerra. Trabajó con No-Do (s), imágenes, películas españolas de aquellos años, anuncios, información escrita y gráfica, tebeos. Y, como banda sonora, canciones. Fue la suya una labor improba por la ingente cantidad de materiales que tuvo a su alcance; materiales que hubo de seleccionar y darles coherencia. Además, Patino quiso dejar su impronta de artista, recurriendo a todas las técnicas cinematográficas viables: foto fija; fijación de imagen, relantizaciones y el zoom. Las canciones escogidas son el lenguaje. A falta de diálogos —el documental más directo y honesto puede manipularse a voluntad con la ayuda de unos diálogos o una voz en off—, Patino se vale de tonadillas que hicieron furor en su tiempo y se recuerdan todavía. Son letras de algún modo relacionadas con las imágenes, en solapado contraste, a modo de evasión o como nítido reflejo. Este es, a nuestro juicio, el aspecto más incisivo en Canciones para después de una guerra. El documental consta de dos partes bien diferenciadas. La primera corresponde a los años de nuestra inmediata posguerra. Las relaciones con el eje; el hambre; la miseria y las privaciones; el miedo y la crispación reflejados en rostros anónimos, se entrelazan con el triunfalismo y la autarquia; con el orgullo y la satisfacción de los menos. Este magma es, con mucho, lo mejor, lo más humano y conmovedor del documental. La continuación decae considerablemente. Patino no acierta en la selección de los materiales, reiterando conceptos —le hubiese bastado, por ejemplo, un par de secuencias para decirnos algo de todos sabido: el cine «histórico» de Juan de Orduña fue un monumental bodrio—. Para entendernos: falta mucho de lo que FUE. y sobra mucho de Jo que ESTA. En toda creación invertebrada —un largometraje hecho de documentales lo es por esencia— subyace siempre el peligro de extenderse más de lo debido, debilitándose la fuerza del testimonio irrefutable. Empero ello no es óbice para que Canciones para después de una guerra, valga como cita histórica para reflexionar serenamente. --- Alberto ARMENGOL.




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