Día
de estreno (4-3-1959) Día critica (6-3-1959)
Tenemos
que agradecer a José Antonio Bardem la preocupación que le lleva a
inspirar su cine en temas genuinamente nacionales, su afán desvelado
y constante de superación y el interés que presta a lo hondo, a lo
íntimo y entrañable de los temas. Cada vez que realiza una película
lo hace con la intención de decir algo nuevo, de transmitirnos lo
que, con léxico algo pedantesco, se llama ahora un «mensaje».
Estos altos propósitos le han movido también al escribir el guión
de «La venganza», el film estrenado en el cine Coliseum, y cuya
realización debemos al mismo Bardem. Bajo la apariencia de un drama
rural —un drama cuyo «asunto» no es ciertamente original ni
demasiado interesante— Bardem ha trazado un gran fresco, un colosal
cuadro de la vida aldeana de Castilla en la temporada caliginosa y
agobiante de la siega. El drama da Juan Díaz, el hombre que vuelve
de presidio donde cumplió una condena de diez años por un crimen
que no cometió, no es más que el pretexto que ha tomado Bardem para
contarnos la vida de los segadores que van desde otras tierras a la
abrasada meseta; en busca de un jornal. Tal vez en este momento las
cosas ya no son tan angustiosas ni tan trágicas. Tal vez no lo
fueron nunca, Bardem se ha complacido al ir acumulando desdichas al
paso de la cuadrilla de segadores andaluces, navegantes en el mar
rubio de la planicie tórrida, con una deleitación morbosa que
escapa a lo real. Son demasiados infortunios los que asaltan a estos
pobres hombres, que ya llevan en si un oscuro drama, para que no
pensemos que al realizador se le fue un poco la mano, en las tintas
sombrías. Pero este defecto no es sólo de Bardem. Cuando te trata
de dramatizar siempre los grades artistas españoles han caído en el
exceso. El cuadro es, sin embargo, subyugante. La vida de los
segadores en el angustiado vagar de un pueblo a otro y la índole
agotadora de su esfuerzo, tienen suficientes elementos de emoción
para hacer de «La venganza» un film apasionante; un film que rebasa
la reducida zona del drama rural para revestir los grandiosos
aspectos de un fenómeno social, ante el cual la anécdota primera se
empequeñece. Y este gran fresco de la vida en Castilla ha sido
iluminado por Bardem y sus colaboradores con los más brillantes
alardes de destreza. Hay momentos en que la visión de la inmensa
meseta, adormecida bajo el trigo maduro, es impresionante como lo es
también la vigorosa mecánica que mueve a los personajes y que crea
la atmósfera en que se desenvuelven. Una cámara singularmente
sensible y un habilísimo empleo del color, ha cuajado efectos
plásticos realmente sorprendentes. Junto a lo que tiene la película
de alcance de sentido humano, frente a lo que es descripción de todo
un medio social, el drama de Juan Díaz, su odio contra Luis el
«Torcido», el gran salto psicológico de Andrea, la tierna hermana
de Juan, nos parece aspectos baladíes de la película, casi puros
pretextos que Bardem ha sabido explotar para hacer un film «de
argumento», un sugestivo estudio de psicología y dé sociología, a
través del cual nos transmite un mensaje de amor y una exhortación
a la indulgencia a la fraternidad y al perdón. Esta vez la
interpretación ha estado a la altura del propósito. Tanto Raf
Vallone como Jorge Mistral están magnificos de expresión de vigor,
de realidad. En cuanto a Carmen Sevilla, esta vez sin adornos ni
trajes pintureros, hay que proclamar que se comporta con una
gallardía, un sentido de lo dramático y una sobriedad realmente
admirables. — A. MARTÍNEZ TOMAS
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